Creo que eran los
cables, aquellos que estaban conectados a su pequeño cuerpo, lo que la mantenían
con vida. La bebé se llamaba Leanne y acababa
de nacer hace menos de tres meses. Aún estaba muy pequeña como para luchar por su vida ella sola.
De todas maneras Leanne era fuerte, resistió hasta que los doctores supieron que era lo que tenía. Pero el neumococo terminó
consumiéndola aquel 26 de noviembre
del 2011. La sala de espera ya no tenía nada más que esperar.
El velorio se llevó a cabo a la mañana siguiente. Algunos estaban vestidos de negro porque
estaban de luto, otros habían elegido el blanco porque
ahora ella era un ángel. Yo me puse gris por el
simple hecho de ser neutral.
Había un cuarto amplio, y otro más pequeño donde estaba ella. Yo no
pude acercarme a verla. Nunca había podido. Era de las personas
que pensaban: "no quiero que mi último recuerdo de ella, sea ése". Por esa razón, decidí sentarme de espaldas a Leanne.
Los padres estaban ahí, y estaban desechos. Me
preocupaba por ellos. Sobre todo por él. El padre de Leanne era mi
primo. Y verlo destrozado nos destrozaba a todos.
No sé cuánto tiempo pasó. Yo seguía sentada en una silla, mirando hacia el frente. Tenía los ojos húmedos, pero no estaba
llorando. Algunas personas se me acercaron y me dijeron palabras que hoy ni
siquiera recuerdo. Yo solo asentía con la cabeza:
"si" "gracias" "lo sé"
eran siempre mis respuestas.
Todos se pusieron de pie para rezar el rosario. Era uno de
mis primos quién lo dirigía. Me puse de pie yo también
y quedé frente a él, por lo que su cuerpo cubría
a Leanne. Rezamos prácticamente en murmullos. Repetí tantas veces la frase "Ruega por ELLA y por nosotros
los pecadores" que cuando rezo, inconscientemente todavía lo digo de esta manera. Después nos hincamos para acabar con el rosario. Cometí un grave error después de eso: me puse de pie antes
que mi primo.
La respiración se me cortó. Ahí estaba el féretro más pequeño que jamás había visto. Leanne estaba recostada en el, con los ojos
cerrados y su nariz morada; después me enteré de que la tenía así porque las sondas se la habían
lastimado. Pero no fue eso lo que me partió en dos... No.
Estaba vestida con un mameluco morado con líneas horizontales blancas. Además tenía un gorrito que hacia juego
con el atuendo, lo sabía porque yo lo había escogido para ella. Se lo regalé cuando nació.
Mi primo se puso de pie en ese momento y volvió a cubrirla, pero era demasiado tarde, yo había visto suficiente. Me dejé
caer en la silla y comencé a llorar silenciosamente; con
los ojos muy abiertos y unas lágrimas cayendo unas tras otras
sin poder parar. Eso había sido demasiado cruel, jamás se lo había visto puesto hasta ese
momento. Que bonito se le veía.
Una de mis primas se acercó
y me abrazó, pidiéndome que dejara de llorar, que teníamos que ser fuertes. Pero yo no podía ser fuerte. No con lo que acababa de ver.
No había comido nada, pero en ese
momento acepté un chocolate caliente que me
ofreció mi papá, una bebida que sin duda me tranquilizó. Me senté con mi familia y me di cuenta
que el ambiente de la sala grande era distinto al de la pequeña. Mi tío Paco estaba ahí, hablando de cosas graciosas. Creo que reí un poco al escucharlo.
Pero toda la tranquilidad se esfumó cuando dos personas se acercaron para empujar el féretro hasta la salida. Leanne pasó frente a mis ojos y el dolor volvió.
No recuerdo el camino del velorio a la Iglesia. No recuerdo
que sentí, o que pensé, o como caminé. Sólo recuerdo ese momento en el que ya estaba a mi lugar y
Leanne caminaba por el centro, sobre la alfombra. Tomada de la mano de su papá y de su mamá. Los dos llorando.
Leanne se quedó en el centro, dentro de su
cajita de madera. Y comenzó la misa que las familias católicas acostumbramos hacer para las personas que perdemos.
Recuerdo las palabras del padre, convirtiéndose en aliento. Recuerdo que
comencé a llorar de nuevo de la misma
manera: silenciosamente.
Leanne está muerta, comprendí en ese momento. Esta muerta, pero sigue aquí. Aún está con nosotros. Ella no se iría
mientras su cuerpo siguiera ahí, en frente. Mientras todavía pudiéramos verla. Y entonces entendí lo mucho que podías llegar a aferrarte a un
cuerpo.
"Grita, llora" pensé
"por favor, antes de que sea demasiado tarde"
Pedí el milagro que volviera a la
vida. De qué llorara con todas sus fuerzas
para que la sacáramos de ahí y nos diéramos cuenta de que todo había sido un error. Pero el féretro
se quedó en silencio. Leanne estaba
muerta, y nunca volveríamos a verla.
También recuerdo que ése día estaba haciendo un frío espantoso que parecía producido por nuestra propia
imaginación. Recuerdo que apenas podía caminar. Recuerdo que mi primo abrazaba un pequeño calcetín entre sus manos. Recuerdo
como se llevaron su cuerpo. Ya no había marcha atrás.
Nunca, a pesar de todo el tiempo que ha pasado, he podido
comprender como alguien que apenas comenzaba a vivir, murió. Como alguien tan pequeña
y tan indefensa simplemente nos dejó. Como pudo existir un ataúd tan pequeñito... Y como pudimos
soportarlo.
Al día siguiente era Lunes. Nos
reunimos una vez más en la misma iglesia, sólo que esta vez el cuerpo de Leanne había desaparecido, en su lugar estaba una cajita que contenía sus cenizas. Hubo una misa en la que no lloré. Estaba cansada de llorar. Incluso creí que ya no tenía más lágrimas para dar, pero me
equivoqué.
Al final de la misa pasamos a donde estaban las criptas.
Había una abierta que era donde
ella se quedaría. En ese momento mi primo se
derrumbó. Él sabía que tenía que dejarla ahí, y comenzó a llorar como nunca lo había
visto.
Me di media vuelta y cerré
los ojos. Eso no podía verlo.
Salí y bajo la noche me sequé las lágrimas que se habían escapado. Todos comenzaron a salir poco a poco. Hubo
abrazos y pésames. Busqué a mi primo con la mirada y me acerqué a él. No recuerdo si pude
pronunciar algo, pero recuerdo que lo abracé.
Y le sonreí.
– Feliz Cumpleaños – me dijo apenado
Un 26 de noviembre había nacido yo. Un 26 de
noviembre había muerto Leanne.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
¿Qué estás pensando?