Cuando va
manejando, me gusta ir a su lado. Sobre todo porque puedo adueñarme del
auxiliar que está conectado a su estéreo y conectar mi Iphone para poner
música. A veces, me dedico a exasperarlo poniendo una canción que a mí me gusta
mucho pero que él detesta. Entonces me mira como si yo no tuviera remedio,
reprime una sonrisa y mueve la cabeza negativamente mientras yo bailo, o hago
el intento, en el asiento del copiloto. Cuando no tengo ganas de molestarlo,
pongo de esas canciones que se que le encantan y que yo, por tanto escucharlas,
también me he aprendido. Entonces vamos los dos cantando a todo pulmón sin
importar que la gente nos mire raro.
Ese día
estábamos más emocionados que de costumbre. Él sabía ocultarlo muy bien, pero
yo me sentía como una niña de 5 años en plena Navidad. Habíamos hecho planes
con nuestros otros amigos y nos dirigíamos al bosque para acampar. Aquella
prometía ser una noche estupenda. Por eso, ninguno de nosotros sospechó que
algo podría salir mal.
Hay una serie
de reglas a seguir cada vez que me subo a su coche. Una de ellas, es no poner
la canción prohibida, pero como ya le había dado gusto con las primeras pensé
que no habría problema si la ponía un rato. Él no se enojó en serio, pero en medio
de un intento por molestarme, volteó hacia su estéreo e intentó cambiar de
canción mientras me regañaba y me recordaba las reglas. Yo me reí, pero aquella
risita tonta se cortó de golpe cuando miré al frente y me percaté de que el
puente por el que íbamos se había curveado de repente.
Grité su
nombre con tanto miedo que inmediatamente dejó el estéreo y miró hacia el
frente, aunque, de todas formas, no alcanzó a reaccionar. El coche atravesó el
barandal blanco y cayó en picada. Recuerdo que mientras gritaba intenté
aferrarme con las uñas de lo que fuera pero, cuando impactó contra el suelo, mi
cuerpo se fue hacia adelante y mi frente se estrelló en contra del parabrisas.
A pesar del
aturdimiento que aquello ocasionó, aún así pude sentir como la sangre empapó
rápidamente mi mejilla. Apreté los ojos con fuerza mientras el carro, después
de caer de cabeza, comenzaba a rodar sin detenerse hasta estrellarse con una
pared de concreto. Quedamos ladeados. Hubo varios minutos de silencio, de
conmoción, hasta que escuché su voz y me calmé por el simple hecho de que
siguiera vivo.
Dijo mi
nombre, una y otra vez. Al ver que no le contestaba, colocó su mano en mi
hombro y me sacudió un poco. Mi cabeza cayó sobre mi hombro, inerte. No pude volver a abrir los ojos o la boca. No
pude responderle ni mirarlo por última vez. Gritó mi nombre, con una
desesperación que nunca había sido común en él. Pero no podía hacer nada. Yo ya
no podía volver. Sabía que estaba muerta y me quemaba de rabia escuchar cómo me
seguía llamando sin obtener ninguna respuesta…
Y yo… yo
nunca le dije cuanto lo quería. Nunca supo lo mucho que estaba enamorada de él,
de sus ojos cafés, de sus tontas reglas y de las canciones que cantábamos juntos.
Y
ahora… nunca lo sabrá.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
¿Qué estás pensando?