sábado, septiembre 07, 2013

Día número 540.




Ha pasado tiempo desde que no te veo. No sé dónde estás, pero he procurado no moverme de mi sitio mientras te espero. Estoy cansada de estar encerrada en este lugar y tener que pasar días enteros sin ti, pero sé que cuando te vea todo valdrá la pena. Estoy acurrucada en una esquina. Mis muñecas me duelen, la última vez que viniste las ataste tan fuerte que la rasposa cuerda poco a poco abrió mi piel, haciendo que sangrara. Procuro no moverme para no hacerles más daño. Espero que llegues pronto, las ataduras también lastimaron mis tobillos, aunque hace días que dejé de prestarles atención. Te alegrará saber que por fin me acostumbré al frío, un poco tarde, lo sé, puesto que el invierno está a punto de finalizar otra vez. He notado que cada día respiro más profundo, pero solo siento el aire cuando un breve suspiro se escapa de mis labios, clamando tu presencia. No me estoy quejando, sé que no has tenido tiempo de venir a sanarme y lo comprendo. Te espero. No me estoy volviendo loca, me repito una y otra vez.

Cierro los ojos y comienzo a pensar en ti, es la única forma de hacer que el tiempo pasé más rápido. Imagino que te veo, caminando hacia mí con tu dulce sonrisa, dulce mirada. Te agachas frente a mí y acaricias con tus dedos el largo de mi brazo. Mi cuerpo despierta de aquel poderoso letargo con un estremecimiento y mi corazón comienza a golpear con fuerza mi pecho, porque le encantas tanto como a mí. Dos de tus dedos alzan con cuidado mi barbilla, pues sabes que estoy débil. Dices mi nombre y me besas profundamente. Yo sonrío, había esperado tanto eso… al separarte comienzas a susurrar con ternura todas las cosas que te gustan de mí, mientras me pides que no deje de mirarte a los ojos. Me desatas y puedo abrazarte, te aprieto contra mí con el resto de mis fuerzas, el perfume de tu cuello me embriaga placenteramente. Te deseo de todas las maneras posibles. Deseo que te quedes conmigo. Mis piernas rodean tu cintura y tú, delicadamente, acaricias las mayas negras que las cubren. Me siento completa por que se que me amas…


Abro los ojos en cuanto escucho que la puerta se abre. Sonrío ampliamente, pues parece como si mis pensamientos te hubieran invocado. Me enderezo con todo el cuidado posible y recargó uno de mis hombros en la sucia pared, mientras te recibo con un rostro lleno de felicidad. Mis atadas manos caen sobre mi regazo y te miro con expectación. Estoy queriendo que ya te encuentres a mi lado.


Te agachas, como siempre, y quedas frente a mí. Me miras como si no me conocieras y mi sonrisa se encoje un poco, no sé si te está pasando algo. Ansiosa por la lejanía, alzo la barbilla e intento besarte, pero me apartas tan bruscamente que me golpeo contra la pared. Te miro, sin saber que sucede, tú solo te acercas y me desatas. Me lastimas, no puedo evitar gemir de dolor mientras miro como la sangre seca de mis muñecas es cubierta por sangre nueva. A ti no te preocupa y continúas con mis pies. Después, me tomas del codo para ponerme bruscamente de pie. Me siento mareada y débil, pero un atisbo de esperanza se asoma para mí cuando comprendo que por fin vas a sacarme de ése lugar. Por fin aceptaras lo que sientes. No tendría que esconderme más.

Algunas lágrimas de emoción bordearon mis ojos y sonreí aún más conforme nos acercábamos a la puerta, no podía creer que estuviera sucediendo. Lo único que me importaba era estar contigo.


La puerta se abrió y yo fui empujada al suelo. Caí sobre mis manos, pero aún así todo el cuerpo me dolió. La cantidad de luz me dejó ciega por un momento. Desesperada te busqué, mientras parpadeaba para deshacerme de las lágrimas. Seguías en el marco de la puerta, mirándome con una mezcla de lástima y odio.

                  No entiendo – susurré en voz muy baja

                – Debes irte. Estoy con alguien más


Mientras mi corazón gritaba de dolor, yo me quedé muda. Mi respiración se entrecortó y un montón de lágrimas se agolparon en mis ojos. ¿Cómo pasó? ¿Por qué? ¿Cuándo dejaste de quererme? Miré las heridas de mi cuerpo, incrédula. Me consumiste por completo y ahora, inservible, me dejas como a una muñeca rota. No entiendo nada ¿Quién es ella? ¿Por qué ella? El pecho me arde, quiero desgarrarlo.

                – Eres libre

– ¿Libre? Preferiría pasar el resto de mi vida atada de manos que imaginarte besando a otra. No me cambies. Por favor. No me dejes. Soy tuya.

– Adiós

– Pero – la puerta del lugar donde había vivido los últimos años se cerró en mi cara. Él la cerró – yo te amo…










Jessica Moyado

2 comentarios:

  1. Muy triste, en la línea del relato que escribiste sobre el chico moreno y el ángel.
    Pero este mucho más metafórico. No sé si habrá sido queriendo, pero aparte de lo que podría ser una historia de ficción, relatas también cierto estado de ánimo que no todo el mundo llega a conocer. Porque no todo el mundo llega a ser "escondido".
    Muy bonito.
    Un beso enorme, Jess.

    ResponderBorrar
    Respuestas

    1. Que si lo llegué a conocer Marta? Tal vez sea yo escondida en metáforas

      Un beso de vuelta :)

      Borrar

¿Qué estás pensando?

Lee "Sunset"