Me engañaste. Durante mucho tiempo me hiciste creer que
el amor era complicado. Solo para descubrir, años después, que no lo es. Que
también se puede querer tranquilamente. Que quien en realidad vale la pena es
la persona que, con tan solo mirarte, te llena de paz. Que salir, reír, hablar
y estar juntos puede llegar a ser tan fácil como respirar.
Eso no significa que no te haya querido. Al contrario, te
quise tanto que me destruyó. Nunca antes me había enamorado tanto como lo hice
de ti. Jamás me perdí tanto en unos ojos tan cafés como los tuyos. Fue por eso
que lo soporté todo.
Me acostumbré a pelear y me decía a mi misma que todo
estaba bien. Que las relaciones eran complicadas. Que no importaba cuantas
veces nos gritáramos porque nos “queríamos” y eso era lo importante.
¡Vaya, hombre! Estaba tan hambrienta que me comía todas
tus mentiras. Por eso fue tan difícil dejarte ir…
Ahora me río porque llegué a pensar que en serio no
podría vivir sin ti. Poco a poco me di cuenta que, por muy enamorada que
estuviera, aquello fue los más enfermizo en lo que estuve metida. Creía que
odiar era la única manera de amar. Y aunque me tomó más tiempo de lo que me
hubiera gustado, comprendí que querer era lo más fácil del mundo y que éramos
nosotros quienes lo complicábamos todo.