viernes, julio 17, 2015

Vendida

Tras darle una calada a mi cigarrillo miré el cuerpo extendido sobre la mesa de madera. Ella estaba inmóvil. Exhalé el humo lentamente mientras giraba alrededor de ella para observarla desde todos los ángulos, había quedado perfecta.

Con mi mano libre recorrí su estomago frío. Toda su piel estaba hecha de una porcelana tan blanca como la leche, pero a mi tacto parecía suave y cálida, casi como si fuera humana.

Tiré la colilla y la pise con mi bota, me froté las manos y me senté frente a la mesa para continuar trabajando. Tenía que hacerla con mucha precisión para que fuera la muñeca perfecta, tal y como yo la deseaba.

La cerámica ya estaba completamente seca, era hora de darle una mano de barniz para proteger el cuerpo que yo había moldeado con mis propias manos el día anterior. Al terminar la miré y le acaricié la frente con la punta de mis dedos, ya no faltaba mucho.

Al día siguiente regresé con mis pinceles especiales y la pintura acrílica. Me encargué de cada centímetro de su cuerpo, le dibujé cada peca y lunar donde yo quería que estuvieran. Los ojos tenían que ser inocentes; grandes y cafés, con largas pestañas y cejas muy delgadas. Los labios fueron finos y las mejillas dos círculos intensos de color rosado.

Para su cabello busqué espirales rojas y brillantes que contrastaran con la piel blanca de cerámica y la vestí con un conjunto de tul negro. No existía la mujer perfecta, después de tanto tiempo lo había comprendido, pero yo estaba construyendo a alguien incluso mucho mejor.

Cuando cada detalle estuvo listo, la cargué y la llevé hasta mi habitación. Con mucha delicadeza para que no se dañara, la recosté sobre la cama. Su piel se veía tan pálida bajo la luz que cualquiera hubiera creído que en ese cuerpo no había vida, pero eso estaba a punto de cambiar.
Me senté a la orilla de la cama y me incliné para besar sus fríos labios, los cuales se amoldaban perfectamente a mi boca, tal y como lo había planeado. Le di vida.

Ella suspiró y apretó mis labios suavemente, me separé para mirarla con curiosidad. Parpadeó un par de veces y me observó con confusión, sin decir una sola palabra.

Acaricié su mejilla mientras le explicaba que ella era mi muñeca, yo era su dueño y había sido construida para complacerme. Tardó un momento en comprenderlo todo, pero sus ojos no tardaron en adquirir aquel brillo con el que yo siempre había querido que una mujer me mirara.

Solo hubo un problema; aquello no me bastó. Ella era perfecta. Yo la había construido. Me satisfacía. Y aún así no era suficiente, pero ni siquiera sabía por qué.


Al día siguiente la encerré en la vitrina y le puse precio, esperando que como mercancía se vendiera rápido.  Ella, sin decir una sola palabra, me miró a través del cristal exactamente como todas las mujeres me miraban. 



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